El loto blanco es la flor que crece en el pantano,

un níveo restallido de luz

que surca la penumbra en que se enraiza.

 

El contraste cincelado canta, y la brizna,

hasta la más aislada y ceñida a lo obscuro

se enaltece y es hermosa.

 

El loto se cede en su corona y retribuye,

sin el pantano ¿qué sería de él?

La contemplación del momento presente

acaece con naturalidad.

 

Opalescente fulgor, lleva el bosquejo a un cuenco,

que abstrae con las espirales de su vapor

hacia la dimensión en que la hebra

subyuga al paladar,

y lo convierte en un nuevo destello,

en Loto Blanco. 

 

 

 Anabela Paruzzo